Kaibiles nacen en un infierno literal
GUATEMALA
El 5 de diciembre los que terminan el curso forman la palabra "Kaibil". F.M. CP
Fredy Martín Pérez
CUARTO PODER
27 DE FEBRERO DEL 2007.
l Infierno: Guatemala. Día 18 del curso, día de la "marcha forzada". En la oscuridad, 25 soldados trotan sudorosos en un camino del Infierno, como se le conoce a esta región selvática. Son los hombres que aspiran a convertirse en kaibiles, casta militar que se prepara aquí desde 1974.
En la segunda quincena de octubre, 53 militares de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua iniciaron el curso número 67 de la Escuela de Kaibil, pero sólo 25 han "sobrevivido" a la intensa actividad de día y noche.
Desde el primer día del curso desertaron cinco soldados de Belice, uno de México y dos de Guatemala.
A las 20:20 horas del día 18, los 25 soldados rompen la formación en la explanada del Tercer Batallón de Infantería, cuartel de los "Kukulkanes" o como lo llaman: "hogar de los hombres forjados de valor, determinación y coraje". A los pocos minutos están sobre un camión de redilas.
La mayoría denota cansancio, pero el instructor los obliga a ponerse de cuclillas y levantarse. Así por varios minutos. Muy pocos pueden hacer lo que les ordenan.
Al jefe del curso Kaibil, Marvin Ochoa, no le gusta el silencio que reina entre los militares. Con megáfono en mano lanza: "ADespierten kaibiles, despierten!". "Durmiendo...", "demasiados callados van".
No se conforma con las órdenes. Una aturdidora melodía taladra los oídos de los oficiales para obligarlos a recobrar la fortaleza que parecen necesitar.
Los soldados no esperan y entre dientes rezan el último punto de su Decálogo: "Se es Kai-bil cua-ndo se re-cono-ce que: Si se su-fren fati-gas no es por gus-to; si se pasa ham-bre no es por-que no se ten-ga nece-sidad de co-mer; si se expo-ne a la muer-te, no es por-que no se ame a la vida...".
El oficial les reprocha: "Kabiles esa moral no se escucha", "Ahay sorpresas kaibiles!", "sorpresas, sorpresas...", advierte.
El camión Mercedes Benz serpentea por la polvorosa carretera selvática de El Petén, casi en la frontera con Belice y un fino polvo cae sobre los rostros de los soldados.
Cuando el cielo es un enjambre de luces que parece posarse a unos metros del caballete del camión, muchos de los soldados no tienen ánimos para proseguir.
El subteniente de Infantería, Carlos Roberto Ruiz (alumno número 1), está rendido y tiene dificultad para incorporarse. El cansancio lo vence. Sólo quiere dormitar con su arma, un Galil, de fabricación israelita. El bamboleo del camión lo arrulla aún más. "APárenlo. Ayúdenlo ahí!", ordena Ochoa.
Como el instructor ve que sus soldados no recobran el ánimo, les dice entonces que hagan lo que deseen: "Bueno pues, duérmanse pues", "duérmanse pues kaibiles", "engañado me tienen", "sueño tienen...", "¿ya se cansaron?, Aya van a ver!".
Nada más cesan las amenazas y el conductor para la unidad. Las balas de las ametralladoras y fusiles parecen recibir a los soldados. Es fuego real. La selva entonces rompe su sosiego.
La balacera prosigue, pero ninguno de los soldados quiere quedarse en el camión. Se lanzan al suelo, pero Ochoa amenaza: "Ahorita comienza la sorpresa", "a pesar... a pesar de que están nuevos, ahí se van a dar cuenta que se van a arrepentir".
Es el inicio de la "marcha forzada" de 14 kilómetros. Los instructores advierten a los soldados que no pueden pedir ayuda, de lo contrario, quedarían fuera del curso. La caminata la realizarán siempre al lado de su cuas (compañero en maya), con el que duermen, comen, celebran triunfos o cumplen sanciones durante las ocho semanas que dura el curso.
A las 10 de la noche el instructor reta a los que si deseen entregar su fusil y regresar a sus cuarteles. Nadie acepta.
En la oscuridad del Infierno, como los chicleros bautizaron la zona, los soldados trotan detrás de dos instructores. Los soldados más fatigados caminan sobre sus talones. Sus pies están maltrechos por las heridas.
En los primeros minutos del día 19 del curso, los 25 soldados llegan al río Mopán. En la oscuridad se lanzan uno por uno a un acantilado. No hay lesionados.
Una hora después, los alumnos están en un claro de la selva. No llevan fornituras ni armas. Vuelven a sonar las ametralladoras y luces de bengalas revelan la ubicación del lugar: "El Infierno Kaibil".
Es hora de iniciar la construcción del parche (insignia) que llevarán en el brazo izquierdo del uniforme. Sobre el fondo negro de un tablero colocan el ribete amarillo, que representan el día y la noche. El 5 de diciembre los que terminen el curso habrán formado la palabra "KAIBIL".
En la segunda quincena de octubre, 53 militares de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua iniciaron el curso número 67 de la Escuela de Kaibil, pero sólo 25 han "sobrevivido" a la intensa actividad de día y noche.
Desde el primer día del curso desertaron cinco soldados de Belice, uno de México y dos de Guatemala.
A las 20:20 horas del día 18, los 25 soldados rompen la formación en la explanada del Tercer Batallón de Infantería, cuartel de los "Kukulkanes" o como lo llaman: "hogar de los hombres forjados de valor, determinación y coraje". A los pocos minutos están sobre un camión de redilas.
La mayoría denota cansancio, pero el instructor los obliga a ponerse de cuclillas y levantarse. Así por varios minutos. Muy pocos pueden hacer lo que les ordenan.
Al jefe del curso Kaibil, Marvin Ochoa, no le gusta el silencio que reina entre los militares. Con megáfono en mano lanza: "ADespierten kaibiles, despierten!". "Durmiendo...", "demasiados callados van".
No se conforma con las órdenes. Una aturdidora melodía taladra los oídos de los oficiales para obligarlos a recobrar la fortaleza que parecen necesitar.
Los soldados no esperan y entre dientes rezan el último punto de su Decálogo: "Se es Kai-bil cua-ndo se re-cono-ce que: Si se su-fren fati-gas no es por gus-to; si se pasa ham-bre no es por-que no se ten-ga nece-sidad de co-mer; si se expo-ne a la muer-te, no es por-que no se ame a la vida...".
El oficial les reprocha: "Kabiles esa moral no se escucha", "Ahay sorpresas kaibiles!", "sorpresas, sorpresas...", advierte.
El camión Mercedes Benz serpentea por la polvorosa carretera selvática de El Petén, casi en la frontera con Belice y un fino polvo cae sobre los rostros de los soldados.
Cuando el cielo es un enjambre de luces que parece posarse a unos metros del caballete del camión, muchos de los soldados no tienen ánimos para proseguir.
El subteniente de Infantería, Carlos Roberto Ruiz (alumno número 1), está rendido y tiene dificultad para incorporarse. El cansancio lo vence. Sólo quiere dormitar con su arma, un Galil, de fabricación israelita. El bamboleo del camión lo arrulla aún más. "APárenlo. Ayúdenlo ahí!", ordena Ochoa.
Como el instructor ve que sus soldados no recobran el ánimo, les dice entonces que hagan lo que deseen: "Bueno pues, duérmanse pues", "duérmanse pues kaibiles", "engañado me tienen", "sueño tienen...", "¿ya se cansaron?, Aya van a ver!".
Nada más cesan las amenazas y el conductor para la unidad. Las balas de las ametralladoras y fusiles parecen recibir a los soldados. Es fuego real. La selva entonces rompe su sosiego.
La balacera prosigue, pero ninguno de los soldados quiere quedarse en el camión. Se lanzan al suelo, pero Ochoa amenaza: "Ahorita comienza la sorpresa", "a pesar... a pesar de que están nuevos, ahí se van a dar cuenta que se van a arrepentir".
Es el inicio de la "marcha forzada" de 14 kilómetros. Los instructores advierten a los soldados que no pueden pedir ayuda, de lo contrario, quedarían fuera del curso. La caminata la realizarán siempre al lado de su cuas (compañero en maya), con el que duermen, comen, celebran triunfos o cumplen sanciones durante las ocho semanas que dura el curso.
A las 10 de la noche el instructor reta a los que si deseen entregar su fusil y regresar a sus cuarteles. Nadie acepta.
En la oscuridad del Infierno, como los chicleros bautizaron la zona, los soldados trotan detrás de dos instructores. Los soldados más fatigados caminan sobre sus talones. Sus pies están maltrechos por las heridas.
En los primeros minutos del día 19 del curso, los 25 soldados llegan al río Mopán. En la oscuridad se lanzan uno por uno a un acantilado. No hay lesionados.
Una hora después, los alumnos están en un claro de la selva. No llevan fornituras ni armas. Vuelven a sonar las ametralladoras y luces de bengalas revelan la ubicación del lugar: "El Infierno Kaibil".
Es hora de iniciar la construcción del parche (insignia) que llevarán en el brazo izquierdo del uniforme. Sobre el fondo negro de un tablero colocan el ribete amarillo, que representan el día y la noche. El 5 de diciembre los que terminen el curso habrán formado la palabra "KAIBIL".