¿Dónde están y qué hacen los demás KAIBILES?
EL QUINTO PATIO
Por: Carolina Vásquez Araya
Por: Carolina Vásquez Araya
¿A dónde van las élites?
La captura de cuatro kaibiles en México provoca la pregunta lógica: ¿dónde están y qué hacen los demás?
La captura de cuatro kaibiles en México provoca la pregunta lógica: ¿dónde están y qué hacen los demás?
elquinto@intelnet.net.gt
Guatemala, lunes 03 de octubre de 2005
http://www.prensalibre.com/pl/2005/octubre/03/124642.html
Cuando comenzó la moda de las artes marciales en el mundo occidental, una de las premisas a las cuales se daba mayor énfasis era a la existencia de un registro de los cuadros entrenados, con la explicación de que una persona experta en karate, kung fu o cualesquiera de las múltiples disciplinas guerreras de Oriente, era un arma en sí misma.
Por lo tanto, se destacaba la importancia de darle una sólida formación moral, pero también de llevar un cierto control de su trayectoria.
El entrenamiento kaibil —el non plus ultra de la contrainsurgencia latinoamericana, nacido al abrigo de la Guerra Fría— convierte a los soldados en efectivas armas de guerra.
Su capacidad de supervivencia en ambiente hostil e inhóspito, su habilidad con toda clase de armamento, su manera de desplazarse sin levantar sospechas y, sin duda, una actitud mental condicionada para enfrentar las peores condiciones y aún así vencer, los transforman en elementos ideales para cualquier operativo en situación de alto riesgo.
Esa es una de las razones por las cuales el Ejército de Guatemala, institución bajo cuya responsabilidad se creó la escuela de kaibiles y para cuyo servicio se integró este cuerpo armado, tiene el deber moral de llevar control de todos los cuadros entrenados en esa entidad, incluidos sus movimientos migratorios.
Un kaibil no es un soldado cualquiera. Eso lo han afirmado con orgullo quienes ven en este cuerpo de élite una ventaja para la institución castrense y, por extensión, para el país.
Entonces, un kaibil de baja tampoco es un ciudadano cualquiera. Lleva en su mochila años de inversión estatal en el perfeccionamiento de sus técnicas, información privilegiada que lo coloca por encima de la gente común, una formación eminentemente guerrera que determinará para siempre su actitud frente a la sociedad.
Por otro lado, los carteles del narcotráfico constituyen organizaciones amplias, eficientes y llenas de recursos, capaces de atraer con sus promesas de enriquecimiento rápido a quienes tengan la posibilidad de prestarles un servicio especializado.
Infiltradas en los altos círculos oficiales en los países en donde operan, estas organizaciones criminales prácticamente garantizan la impunidad de sus operativos y la liberación pronta de sus elementos en caso de ser capturados.
Los altos mandos son, como es de suponer, inmunes a la justicia. Quienes caen en redadas y operaciones antinarcóticas son meros peones.
Esto reafirma su gran poder y una extraterritorialidad que aprovechan para volverse invisibles a la acción de la justicia y burlar los acuerdos entre Estados.
En este contexto de guerra clandestina, un kaibil de su lado puede hacer la diferencia.
Guatemala, lunes 03 de octubre de 2005
http://www.prensalibre.com/pl/2005/octubre/03/124642.html
Cuando comenzó la moda de las artes marciales en el mundo occidental, una de las premisas a las cuales se daba mayor énfasis era a la existencia de un registro de los cuadros entrenados, con la explicación de que una persona experta en karate, kung fu o cualesquiera de las múltiples disciplinas guerreras de Oriente, era un arma en sí misma.
Por lo tanto, se destacaba la importancia de darle una sólida formación moral, pero también de llevar un cierto control de su trayectoria.
El entrenamiento kaibil —el non plus ultra de la contrainsurgencia latinoamericana, nacido al abrigo de la Guerra Fría— convierte a los soldados en efectivas armas de guerra.
Su capacidad de supervivencia en ambiente hostil e inhóspito, su habilidad con toda clase de armamento, su manera de desplazarse sin levantar sospechas y, sin duda, una actitud mental condicionada para enfrentar las peores condiciones y aún así vencer, los transforman en elementos ideales para cualquier operativo en situación de alto riesgo.
Esa es una de las razones por las cuales el Ejército de Guatemala, institución bajo cuya responsabilidad se creó la escuela de kaibiles y para cuyo servicio se integró este cuerpo armado, tiene el deber moral de llevar control de todos los cuadros entrenados en esa entidad, incluidos sus movimientos migratorios.
Un kaibil no es un soldado cualquiera. Eso lo han afirmado con orgullo quienes ven en este cuerpo de élite una ventaja para la institución castrense y, por extensión, para el país.
Entonces, un kaibil de baja tampoco es un ciudadano cualquiera. Lleva en su mochila años de inversión estatal en el perfeccionamiento de sus técnicas, información privilegiada que lo coloca por encima de la gente común, una formación eminentemente guerrera que determinará para siempre su actitud frente a la sociedad.
Por otro lado, los carteles del narcotráfico constituyen organizaciones amplias, eficientes y llenas de recursos, capaces de atraer con sus promesas de enriquecimiento rápido a quienes tengan la posibilidad de prestarles un servicio especializado.
Infiltradas en los altos círculos oficiales en los países en donde operan, estas organizaciones criminales prácticamente garantizan la impunidad de sus operativos y la liberación pronta de sus elementos en caso de ser capturados.
Los altos mandos son, como es de suponer, inmunes a la justicia. Quienes caen en redadas y operaciones antinarcóticas son meros peones.
Esto reafirma su gran poder y una extraterritorialidad que aprovechan para volverse invisibles a la acción de la justicia y burlar los acuerdos entre Estados.
En este contexto de guerra clandestina, un kaibil de su lado puede hacer la diferencia.
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